Explicación sobre la muerte de Adolfo Otero y Julito Díaz
Con frecuencia este sitio web recibe muchas consultas sobre el desenlace que tuvo la vida de Julito Díaz, uno de los grandes actores de Cuba, y del español Adolfo Otero, quien interpretaba la voz del gallego Rudecindo Caldeiro y Escobiña en La Tremenda Corte. Esta era una interrogante que seguía sin ser contestada por completo, y poco a poco se han recolectado trozos de esta historia hasta poder armar los acontecimientos que ocurrieron.
Quizás el tema es muy claro para aquellos cercanos a los hechos o que vivieron en esa época y estuvieron en contacto con las noticias de primera mano. Desafortunadamente el tiempo pasa y con él se borran algunas memorias.
Una publicación en el periódico dominicano Primicias, gracias al testimonio de Alejandro Vilela, periodista que cubrió el hecho en persona, revive lo que aconteció ese triste día con plenitud de detalles cronológicos.
De seguido podréis leer una reproducción textual de dicho artículo:
La muerte eternizó la amistad entre dos grandes amigos
Por Alejandro Vilela G.
11 de abril de 2009
Una mayúscula impresión, un miedo súbito, puede paralizar el corazón y causar la muerte de un anciano o de otra persona que padezca de alguna forma de cardiopatía. Un susto no se origina siempre en un temor vital, puede llegar por vía de una inesperada, profunda e irremediable tristeza, ejemplo, la muerte de un familiar muy cercano, de un amigo entrañable.
Fui una noche testigo presencial de un trágico y a la vez hermoso fenómeno de la pureza más sublime que es capaz de albergar esa paradoja abismal que es la naturaleza humana.
Llaman a nuestra Redacción para informar que el veteranísimo actor de ascendencia española, Adolfo Otero, célebre por sus actuaciones en el teatro, la radio y la televisión, especialmente por el personaje inolvidable del gallego Rudecindo Caldeiro y Escobiña, había sufrido un infarto y estaba siendo asistido en la clínica situada en la calle 21 y Paseo, en la barriada del Vedado, la antigua clínica de Reyes, en la que mi madre, ya difunta, me trajo al mundo en 1938.
A mi llegada, en unión del camarógrafo, ya Adolfo Otero había fallecido. Era un personaje muy querido y admirado entre los radioyentes cubanos y también del continente. Se había hecho muy famoso y popular con su personaje de Rudecindo en la serie radial, dicho sin ningún chauvinismo, más popular y escuchada de cualquier época y en cualquier parte de Latinoamérica, así como también en ciudades norteamericanas con gran concentración hispanoamericana.
El programa en cuestión, "La Tremenda Corte", estaba protagonizado por Leopoldo Fernández, interpretando a José Candelario, "Tres Patines", y contaba con un reparto estelar que incluía, entre otros, a Aníbal de Mar (el Tremendo Juez) y a Mimí Cal (Luz María Nananina): "Aquí como todos los días". Tampoco es posible regatearle crédito a los libretos de inmenso talento humorístico del escritor Cástor Vispo, muy identificado con la idiosincrasia, dichos y modismos del pícaro cubano. Se dijo que Vispo sudaba la gota gorda escribiendo cada uno de sus insuperables guiones radiales.
Y no podía ser de otra manera. Para llenar un libreto radial de media hora hay que escribir muchas cuartillas, y "La Tremenda Corte" estuvo en el aire sin interrupción desde 1942 a 1961, primero en RHC Cadena Azul y más tarde en CMQ, y hasta donde recuerdo, y puedo equivocarme, su creador y único escritor fue Cástor Vispo.
(Más de sesenta años después, las viejas grabaciones de “La Tremenda Corte” siguen deleitando en lugares numerosos a nuevas generaciones de radioescuchas, un caso realmente extraordinario que habla por sí mismo de su inmensa calidad humorística).
CONSTERNACION GENERALIZADA
El desplazamiento artístico y periodístico hacia la clínica fue masivo después de trascender a la opinión pública la noticia a través de boletines especiales de Radio Reloj y CMQ radio. La consternación generalizada invadió el centro asistencial, y fue preciso que médicos y enfermeras suplicaran ecuanimidad y compostura a aquella irrupción de dolor que había invadido la clínica.
Luminarias cubanas de la radio y la televisión, entre ellas Leopoldo Fernández, Anibal de Mar, Mimí Cal, Alicia Rico y el resto del elenco de "La Tremenda Corte", exigían llenos de tristeza detalles sobre el infausto acontecimiento y expresaban francamente, sin ninguna reticencia, en múltiples entrevistas, su más profundo dolor a los equipos periodísticos que también inundaron la instalación médica.
INAUDITO PERO CIERTO
Nadie podía suponer en aquellos aciagos minutos que en un lapso muy breve de tiempo la estupefacción se uniría a la consternación de todos, y transformaría la muerte de Adolfo Otero en una noticia con muy pocos, si es que algún precedente. Yo, personalmente, no recuerdo ninguno que se le compare en sorpresa y dramatismo.
Julito Díaz era otro actor de renombre en la comedia. No podría decir con precisión cuál era su edad, pero era posiblemente mayor que Otero. La noticia sobre la muerte de quien era su entrañable amigo tuvo en Julito Díaz una consecuencia inesperada y también muy dolorosa: cayó muerto casi instantáneamente, como fulminado por un rayo debido a un ataque masivo al corazón. Este segundo y relacionado fallecimiento provocó un verdadero pandemonio noticioso, e incluso en un principio se dudó sobre la veracidad de tan fatídica coincidencia, de esta inefable jugarreta del destino.
Horas después, cumplidos todos los trámites legales de rigor, certificada la causa natural en el deceso de ambos actores, sus cuerpos fueron llevados a la antigua funeraria Caballero, localizada en la calle 23 (La Rampa, en ese sector) y M, para ser velados uno junto al otro.
Un dramático pero bello simbolismo de amistad solidaria no escapó a la conciencia de los cientos de personas que acudieron a rendirles postrer tributo de cariño: la muerte no había separado a los inseparables amigos sino eternizado su gran amistad.
Además de la anterior publicación, de forma recurrente los lectores nos refieren a la Revista Bohemia, que en su edición del 2 de noviembre de 1958, describe precisamente dicho suceso. Dada su antiguedad, no contamos con copia de ese ejemplar, pero múltiples testimonios y menciones de terceros dan crédito a dicha publicación.
Igualmente en el diario cubano Juventud Rebelde del 5 de abril de 2009, aparece un artículo titulado “Muertes Insólitas”, del cual extraemos la siguiente cita:
¿Recuerdan a Julito Díaz y Adolfo Otero,dos glorias del teatro vernáculo cubano? Mucho hicieron reír asimismo en la radio y en la TV. Habían sido compañeros de toda la vida. Juntos hicieron largas temporadas en nuestros mejores teatros y giras por el extranjero, y se decía que en México los dos pelearon y alcanzaron grados militares bajo las órdenes del legendario Pancho Villa. Sostenían una estrecha amistad más allá de los escenarios y era habitual escucharlos bromear sobre cuál de los dos fallecería primero. El que quedara vivo debía despedir el duelo del otro. Esto que contaré ahora lo relató Enrique Núñez Rodríguez hace muchos años en esta misma página.
Murió Julito y la noticia llegó a la cabina de radio donde Otero hacía un programa que Enrique escribía. Todos temían darle la noticia hasta que se decidieron a hacerlo. Eran los días en que Yuri Gagarin había realizado su histórico vuelo al cosmos.
Otero escuchó muy serio la novedad del fallecimiento de su amigo y compañero, y, sin exteriorizar sentimiento alguno, se limitó a comentar: Así que Julito entró en órbita.
Terminado el programa, Otero salió del edificio de la TV y la Radio cubanas y cruzó la calle 23 para dirigirse a la funeraria Caballero, donde velaban a Julito Díaz. No llegó a verlo. Muy cerca del ataúd se desplomó. Él también había entrado en órbita.